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GEOLOGÍA

La costa de Granada tiene un relieve muy escarpado, formado por acantilados o por laderas de pendiente muy fuerte, con escasas y reducidas zonas más llanas, limitadas a las desembocaduras de los ríos más importantes. Las calas que salpican los tramos de línea de costa abrupta se abren en la salida de los barrancos.

Como cualquier otro relieve, el de la costa granadina es el resultado de su historia geológica, lo que se puede resumir en que está condicionado por las rocas que forman el terreno y por los procesos geológicos que las han afectado, sobre todo los más recientes. Salvo las llanuras de las desembocaduras, formadas por la acumulación de sedimentos arrastrados por los ríos, el resto de la costa se extiende sobre materiales de lo que se conoce en la geología de la región como el Complejo Alpujárride, uno de los grandes dominios geológicos de la Cordillera Bética. Este dominio es un conjunto de rocas, con una estructuración interna complicada, que se extiende alrededor del núcleo más elevado de Sierra Nevada, conformando la Baja Montaña de esta sierra (Trevenque, Cahorros de Monachil, Serrata del Padul, Sierra de Nigüelas, etc.) y, como su propio nombre indica, constituyendo el sustrato físico de la Alpujarra, desde la altura aproximada de Lanjarón o Válor hasta el mar, comprendiendo, por tanto, también las sierras costeras como la Contraviesa, Lújar, Almijara, etc.

Las rocas que componen el Complejo Alpujárride en la costa de Granada pertenecen a tres grupos principales. Uno está constituido por esquistos y cuarcitas de color oscuro. Se trata de antiguas arcillas y arenas recristalizadas. Otro tipo lo forman filitas (y cuarcitas) de colores grises y rojizos, a veces muy vivos. Son antiguas arcillas (y arenas) recristalizadas, pero menos que en los esquistos. El último grupo lo componen mármoles dolomíticos y dolomías. Son rocas formadas por carbonato de calcio y magnesio, con grados de recristalización diversos, muy alto en los mármoles y menor en las dolomías.  En localidades donde la recristalización no ha borrado totalmente la composición original de estas últimas rocas, pueden verse fósiles que indican que se formaron en mares cálidos poco profundos en el Triásico, hace entre unos 200 y 230 millones de años. Las otras rocas, filitas y esquistos, son todavía más antiguas. La recristalización de todas ellas se debe a que han experimentado elevadas temperaturas y presiones por haber sido sepultadas a grandes profundidades en el interior de la corteza terrestre debido, en las últimas etapas, a la convergencia de las placas (Africana y Europea) en este extremo del Mediterráneo. Posteriormente, ascendieron a la superficie de la corteza y, más tarde, emergieron del mar para formar la tierra firme de esta parte de la Península Ibérica. Tanto el enterramiento como la exhumación generaron una intensa deformación de estas rocas y una transformación y recristalización de los minerales que las componían originalmente, fenómenos que se conocen en geología como metamorfismo.

En la costa, los esquistos dan lugar a las laderas de fuerte pendiente pero de aspecto “suelto” o poco consolidado. Las filitas suelen dar relieves más suaves, también de aspecto terroso. Ambos sustratos litológicos se han utilizado y se utilizan para establecer cultivos, en general en terrazas. Son también las litologías que facilitan los deslizamientos de laderas, tan frecuentes en la zona.

Playa del Calabajío

Playa de Cabria

Los mármoles dolomíticos y dolomías son las rocas que forman los relieves más escarpados, como los acantilados costeros, los cortados en las laderas y los cañones en los ríos. Como son carbonatos se desgastan (erosionan) por disolución de la roca, producida por las aguas superficiales y subterráneas, y posterior caída de bloques, dando lugar a pendientes muy empinadas, que incluso pueden ser extraplomadas.

Acantilados de Cerro Gordo

Acantilado de la Punta de la Mona

Además de la disolución observable en la superficie, hay una intensa disolución en el interior de los cuerpos rocosos, a favor de fracturas y discontinuidades, y se producen cuevas, que a veces llegan a conectar con la superficie, ya sea en tierra o bajo el mar.

Cueva submarina de Cerro Gordo

Como hemos dicho, los acantilados de la costa de Granada típicamente se localizan en los mármoles dolomíticos y dolomías. Suelen estar relacionados con fracturas que dividieron el cuerpo de roca, desplazando relativamente los bloques resultantes. En la costa, el bloque hundido es el que ahora está sumergido bajo el mar. La superficie original de la fractura ha sido esculpida posteriormente por la acción del mar: el impacto de las olas y la disolución de la roca, favorecida por organismos que la perforan justo en la orilla, como los dátiles de mar. Justo en el nivel del mar se puede formar una hendidura, una especie de “bocado” sacado a la roca, o una terraza de abrasión (superficie plana que resulta del desgaste de la roca producido por el mar). La caída de los materiales que quedan en la pared del acantilado contribuye a que éste se haga más escarpado y se retraiga hacia tierra.

El perfil de los acantilados, sobre todo lo muy altos, refleja que la costa de Granada, en general, se está levantando. Digamos que continúa emergiendo del mar Mediterráneo, eso sí, a un ritmo muy lento desde la perspectiva humana. Los perfiles de acantilados como el de Cerro Gordo muestran terrazas de abrasión a distintas alturas, creadas por los procesos descritos en el párrafo anterior, y atestiguan que el acantilado (y Cerro Gordo con él) estuvo hace unos miles de años más bajo que ahora, ya que las olas del mar golpeaban sobre la pared en un nivel que ahora está a una altura de varias decenas de metros. También atestigua esta subida el hecho de que a distintas alturas del acantilado de Cerro Gordo puedan encontrarse los huecos (bioperforaciones) formados por dátiles de mar en la roca.

Acantilados de Cerro Gordo

Lamentablemente, no tenemos dataciones geológicas de cuándo se formaron estas terrazas o vivieron esos dátiles de mar, por lo que no podemos saber cuántos años hace que se formó cada terraza y, consecuentemente, tampoco la velocidad de levantamiento de la costa.

JUAN CARLOS BRAGA ALARCÓN