Las cuevas submarinas son elementos del paisaje costero que despiertan la curiosidad de los buceadores y a veces se convierten en un peligroso reto para los que quieren aventurarse en sus profundidades. En Gabo de Gata, por ejemplo, son un atractivo de fácil acceso para el buceo turístico, ya que son hendiduras alargadas de poco recorrido, unas pocas decenas de metros, abiertas en los acantilados de roca volcánica que jalonan la costa. Su origen se debe a la erosión diferencial por el mar de zonas donde las fracturas han triturado las rocas y las han hecho más susceptibles de ser removidas por las olas. Las cuevas de la costa de Granada, sin embargo, son otra cosa, son cavidades de gran desarrollo que penetran en el interior de la tierra emergida y su exploración no está al alcance de cualquiera que se ponga un equipo de buceo.
Obviamente, las razones de esta diferencia son de carácter geológico. Las cuevas de la costa granadina son un elemento, un tanto particular, de lo que en geomorfología se conoce como modelado cárstico. Este tipo de modelado afecta a las rocas cuyo componente fundamental es carbonato, ya sea carbonato de calcio, generalmente en forma del mineral calcita, que compone las rocas llamadas calizas, o carbonato de calcio y magnesio, en forma del mineral dolomita, que compone mayoritariamente las rocas denominadas dolomías. En los terrenos formados por calizas o dolomías el proceso principal de erosión y modelado de las rocas es su disolución por el agua, superficial y subterránea. Esta disolución generalmente afecta de un modo desigual a distintas partes de la masa rocosa, por pequeñas diferencias en composición de las distintas capas o por la presencia de fracturas que favorecen el paso del agua. La disolución diferencial en la superficie da lugar a formas caprichosas que generan paisajes llamativos, como el Torcal de Antequera o la Ciudad Encantada de Cuenca. La disolución diferencial en el interior de la masa rocosa da lugar a cavidades de distinto tamaño, a veces de gran extensión, que cuando están más o menos conectadas con la superficie, constituyen las cuevas visitadas por los espeleólogos o abiertas al público por la belleza de su interior, como la cueva de Nerja. A esta belleza contribuye que en el proceso de modelado cárstico no solo se produce disolución, sino que, en condiciones adecuadas, por evaporación de las aguas cargadas en carbonato disuelto este carbonato vuelve a precipitar en el interior de las cuevas. La precipitación a partir del goteo desde el techo forma chupones que cuelgan de éste (estalactitas) y pináculos que crecen desde el suelo cuando la gota se evapora al golpearlo (estalagmitas).
En consonancia con su origen cárstico, las cuevas de la costa de Granada solo se encuentran allí donde rocas carbonatadas constituyen el terreno que baña el mar. En este caso las rocas son dolomías o mármoles dolomíticos del Triásico del Complejo Alpujárride (ver la descripción de la geología de la costa) y, en concreto, se trata de Cerro Gordo, la Punta de la Mona y la franja de acantilados entre Calahonda y Castell de Ferro.
Tampoco es casualidad que se abran cuevas precisamente en la orilla del mar o un poco por debajo de su superficie. Como se ha comentado más arriba, el principal proceso de formación de las cuevas es la disolución de las rocas carbonatadas por el agua. Pues bien, la capacidad de disolución del agua es mayor justo en la costa. La razón es que en la línea costera entran en contacto las aguas subterráneas marinas, que empapan las rocas y sedimentos que hay debajo del mar y penetran en las rocas que hay ya sobre tierra firme, y las aguas dulces subterráneas, que empapan las rocas emergidas. En este contacto, el agua dulce se mantiene sobre el agua salada, más densa, pero hay una zona en que ambas se mezclan generando aguas con salinidades intermedias que tienen una mayor capacidad de disolución y, por tanto, tienen mayor capacidad de generar cavidades. Este proceso de formación acentuada de cuevas en la posición actual de la costa lleva funcionando los últimos 6000 años, desde que el mar alcanzó su nivel actual después de la enorme subida experimentada tras estar unos 125 m más bajo durante la última glaciación. No obstante, el proceso actual no hace sino agrandar las cavidades ya creadas a lo largo del Cuaternario, en las etapas en las que el nivel del mar fue similar al actual dentro de las múltiples oscilaciones que ha sufrido debido a las glaciaciones que han marcado la historia más reciente de la Tierra en términos geológicos.
Las cuevas submarinas son un medio físico muy particular y cada una de ellas tiene rasgos propios. Por su propio origen, el agua que las invade, total o parcialmente, tiene un quimismo muy cambiante y con fuertes gradaciones, desde agua marina a dulce. La intensidad de la luz, si es que las alcanza, sufre una fuerte disminución desde la entrada hacia el interior, lo que también ocurre con la turbulencia, el movimiento del agua debido al oleaje. La falta de turbulencia propicia que se acumule sedimento muy fino, barro, en el fondo e incluso como una película fina en las paredes, lo que contrasta con los sedimentos gruesos o el fondo rocoso limpio del exterior. Todo ello hace de las cuevas unos hábitats extraordinarios que albergan unas biotas propias y constituyen todo un mundo del que queda mucho por descubrir.
JUAN CARLOS BRAGA ALARCÓN