El contenido de este artículo se basa en la conferencia pronunciada por el autor en el Palacio de la Najarra, Almuñécar, el 18 de agosto de 2017, a propuesta de la asociación “Almuñécar, Patrimonio Cultural” con finalidad de divulgar aspectos históricos de relevancia relacionados con la ciudad de Almuñécar.
Introducción
Seguramente, viajando por las carreteras a orillas del Mediterráneo o paseando por alguna de sus playas, nos ha llamado la atención la profusión de torres que jalonan estas costas. Y probablemente nos hemos preguntado por su origen y finalidad. Con este artículo se pretende satisfacer, al menos en parte, esta curiosidad y, a través de la comprensión de lo contemplado, fomentar el interés por nuestro riquísimo patrimonio.
Así pues, tanto la conferencia como este artículo están estructurados en seis apartados:
- “Pero, ¿qué ha pasado?”, es decir, el porqué de la presencia de las construcciones defensivas en la costa, cuál es la situación geoestratégica que se ha planteado.
- “Y ¿qué hacemos?”, donde se describe la solución adoptada ante esta situación. Asimismo se hace una presentación somera de la evolución de las torres, atalayas o almenaras.
- “¿Habrá alguien, no?”, apartado que describe el lado humano de la defensa; cuántos hombres la componían, cuáles eran sus cometidos, cómo era su vida,...
- “Todo esto, ¿cómo funciona?”, ejemplificando un caso ficticio de un ataque a la costa.
- “Vale, pero ¿quién paga todo esto?”, en el que se abordan las cuestiones financieras para el sostenimiento del sistema defensivo de la frontera marítima del Reino.
- Se finaliza con unas “Consideraciones generales” a modo de valoración de las bondades y defectos de esta defensa. Para cumplir con la finalidad que se requería de la conferencia, a lo largo del trabajo se hacen continuas referencias a la ciudad de Almuñécar o sus alrededores, aunque muchos de los ejemplos son extrapolables a todo el litoral del Reino de Granada.
Pero, ¿qué ha pasado?
La caída del Reino nazarí de Granada en manos de los Reyes Católicos supuso para los reinos peninsulares que su frontera pasara de ser terrestre a serlo marítima, provocando un vuelco en la concepción estratégica de su defensa.
Esta expansión territorial forzó a muchos de los antiguos pobladores a emigrar a los territorios del norte de África, a lo que entonces se denominaba Berbería y que corresponde a lo que hoy es la zona costera de Marruecos, Argelia, Túnez y Libia. La precariedad de su vida allí les indujo, en muchos casos, a subsistir mediante actos de bandolerismo o piráticos, teniendo a su 2
favor el conocimiento de la costa sur peninsular. Cabe citar aquí el caso peculiar de Salé (situada al norte de lo que hoy es Rabat) que, a mediados del s. XVII, llegó a declararse república independiente y fue gobernada por moriscos procedentes de la población pacense de Hornachos. Su actividad principal era la piratería.
Pero un nutrido grupo de población, los moriscos, que continuaban teniendo afinidades familiares, sentimentales y religiosas con esos emigrados, permaneció en las tierras de Granada, Málaga y Almería, lo que suponía un elemento distorsionador en la precaria estabilidad del reino y que en numerosos casos colaboraban en las incursiones procedentes de Berbería.
Por otra parte, la expansión del imperio Otomano por el oeste y sur del Mediterráneo planteaba una doble amenaza: la posible contraofensiva para la reconquista de Al-ándalus, y el quebranto de las líneas comerciales mediterráneas, de sumo interés para la corona de Aragón.
Recordemos que durante el siglo XVI, las Baleares, Cerdeña, Sicilia y el reino de Nápoles (todo el Mediterráneo central) eran territorios adscritos de una manera u otra a Aragón.
Así pues, toda esta frontera marítima se vio sometida a reiterados ataques procedentes del norte de África y que perseguían varios objetivos:
- Devastación de las tierras de cultivo costeras.
- Captura de prisioneros cristianos para su posterior canje o venta como esclavos.
- Ayuda a la evasión de moriscos peninsulares.Durante los siglos XVII y XVIII descendió esta amenaza berberisca, pero las potencias europeas (especialmente Inglaterra y Francia), en continuo enfrentamiento con España, tomaron su relevo, por lo que la defensa costera siguió siendo un asunto de especial importancia para nuestros monarcas.
Y ¿qué hacemos?
Larespuesta a estas amenazas se materializó en tres líneas de actuación:
Una presencia adelantada en la costa africana, con la toma y ocupación de diversos enclaves o “presidios” (Ceuta, Melilla, Orán, Argel, Bujía, Bona, Bizerta, Túnez...), con objeto de controlar las bases logísticas y puertos de partida de piratas y corsarios. Es decir, impedir que se hicieran a la mar.
- Un sistema de fuertes y torres de vigilancia y señales a lo largo de toda la costa mediterránea, para combatir los intentos de desembarco.
Una escuadra de galeras para la vigilancia del espacio marítimo intermedio entre ambas costas.
En el presente artículo únicamente se desarrolla el segundo punto, enmarcándolo en el litoral del Reino de Granada.
Tipología de las torres de vigilancia y señales
La construcción de todo el sistema de vigilancia de la costa se fue materializando y perfeccionando a lo largo del tiempo. Como orientación general, propongo una especie de “guía del viajero” para, de un vistazo, intentar centrar la época en que se erigió cada edificación. No se incluyen las fortalezas y alcazabas, por exceder las pretensiones de este artículo.
Para empezar, es oportuno indicar que ya los nazaríes construyeron torres de vigilancia, pues también se sentían amenazados por los reinos del otro lado del mar (por ejemplo los meriníes), y que estas torres fueron convenientemente aprovechadas por los reyes cristianos para los mismos fines.
Estas construcciones medievales (siglos XIII-XIV) se caracterizan por tener una base cuadrangular y un perfil ligeramente troncopiramidal, con fábrica de mampostería. En Almuñécar encontramos dos ejemplos: la Torre del Granizo, en estado ruinoso, y la Torre de Enmedio, de la que solamente queda su base. Para hacernos una idea más exacta de cómo son estas torres podemos visitar la Torre de Guadalmasa, en Estepona.
Posteriormente, ya en el siglo XV, las torres pasaron a tener una base circular y un desarrollo cilíndrico, con objeto de proporcionar más solidez con menos material. Un buen ejemplo lo encontramos en la Torre de Baños, también en Estepona.
En el siglo XVI, los avances de la artillería influyeron en el modelo constructivo. Así podemos ver cómo del desarrollo cilíndrico del edificio se pasa al troncocónico. Una superficie inclinada y curva mitiga en parte el impacto de un proyectil y contribuye a que éste rebote. Además se proporciona una base más sólida en el caso de artillar la torre. Una muestra la tenemos en la Torre de Cerro Gordo (Almuñécar).
Como elementos comunes a todas las torres hasta ahora contempladas destacan:
Acceso situado a una distancia del suelo entre 5 y 7 metros. Se lanzaba una escala de cuerda desde el interior de la torre para dificultar el asalto desde el exterior.
- Sobre esta entrada una ladronera o matacán, para el lanzamiento de proyectiles sobre los atacantes.
- Estancia interior para alojamiento de los guardas
Escalera embutida en el muro para acceso a la terraza, donde se efectuaban las ahumadas y hogueras.
Torre de Cerro Gordo (Almuñécar)
El último cambio importante llega mediado el siglo XVIII, durante el reinado de Carlos III.
Para entonces, el sistema defensivo había quedado obsoleto y no garantizaba la seguridad de la costa. Así pues, el monarca encargó al Mariscal de Campo Antonio María de Bucareli un estudio sobre la situación de la defensa costera, a resultas del cual se tomaron medidas para su mejora y reorganización. Siguiendo los planos del ingeniero José Crame se levantaron nuevas construcciones: torres de señales, baterías para dos cañones y baterías para cuatro cañones.
En Almuñécar encontramos muestras de esta modernización en la Torre de Punta de la Mona, en la Batería para dos cañones en Punta de Jesús (junto a la playa del Tesorillo) y en la Batería para cuatro cañones en La Herradura (castillo de La Herradura).
Como vemos en las figuras 7 y 8 ya no se trata solo de alertar, sino de oponer a los atacantes elementos disuasivos y destructivos mediante el empleo de cañones.
Iglesias fortificadas
Unos elementos que pueden pasar desapercibidos, pero que también tuvieron su importancia en el sistema defensivo, son las iglesias fortificadas. Es a partir de una Bula promulgada en 1501 por el Arzobispado granadino en el que se detalla cómo han de construirse los templos a partir de esa fecha.
...disponían de una torre fuerte con terraza, con una o varias plantas cubiertas por bóvedas y con altura que varían unas a otras, adosada a uno de los muros laterales del templo y que, al estar situada en la cabecera de los templos, al mismo tiempo que se usaba como sacristía, servía también, en caso de necesidad, para resguardo y defensa de la población, por lo que es ésta la que da a las iglesias el carácter propiamente defensivo. Aunque no tengamos documentación que lo confirme, es posible que, en algunos casos, en la cubierta de estas torres se colocase algún tipo de artillería, aunque fuera de pequeño calibre, hecho que pudo motivar el gran espesor de sus muros y el que sus techos estuviesen abovedados. (Martín, 2012)
Un buen ejemplo de estos templos fortificados lo encontramos en la iglesia parroquial de Bédar (Almería) que ha llegado hasta nosotros con escasas intervenciones posteriores al siglo XVI. En Almuñécar, la iglesia de la Encarnación pertenece a este grupo de iglesias fortificadas, aunque esta sí ha sufrido alguna modificación.
¿Habrá alguien, no?
El elemento humano
Un edificio por sí solo no representa un obstáculo apreciable ante un ataque; se necesita la contribución de los hombres que proporcione el valor defensivo y dé cuerpo a todo el sistema de alerta y reacción ante los ataques piráticos.
En cada torre se establecerán dos o tres guardas (generalmente tres, un cabo y dos soldados), veteranos a los que se destina a puestos con menos riesgos que a los que se expondrían en frentes más activos, como los de centroeuropa. Su misión era la vigilancia constante y continua de la costa, así como alertar –mediante ahumadas durante el día o fogatas durante la noche– de la amenaza de ataques. Debían vivir en la torre o en sus inmediaciones y les estaba prohibido, entre otras cosas, «tener mujeres en las estancias y torres, ya sean propias o extrañas» (Barea, 1984).
Para vigilar el espacio entre las torres estaban los atajadores, también soldados veteranos que, a caballo, realizaban este cometido. Además eran los encargados de llevar rápidamente la información disponible a las guarniciones de las poblaciones próximas o las designadas para reforzar a éstas, para que reaccionaran convenientemente.
Los requeridores eran funcionarios que controlaban el comportamiento correcto del servicio de vigilancia. Vivían en las poblaciones cercanas a la costa y estaban obligados a visitar las torres semanalmente.
Del buen estado de mantenimiento de las torres, de que la dotación fuera adecuada, de que los guardas y atajadores recibieran las provisiones y las pagas se encargaban los visitadores, quienes debían inspeccionar su distrito al menos cada dos meses.
Los secuestradores eran los encargados de la recaudación de los impuestos dedicados a la defensa de la costa. Más adelante se tratará de la financiación del sistema.
Y el Escribano de la costa, a quien correspondía la contabilidad de las recaudaciones y los gastos.
Todos ellos bajo la autoridad máxima del Capitán General de Granada que, a partir de 1574, cambia su denominación por Capitán General de la Costa y pasa a establecerse en Vélez- Málaga.
Todo esto, ¿cómo funciona?
La organización territorial
Para su defensa, la costa del Reino de Granada estaba distribuida en ocho Partidos: Vera, Almería, Adra, Motril, Almuñécar, Vélez-Málaga, Málaga y Marbella.
Cada Partido incluía un número variable de torres y fortalezas y en las localidades cabeza de partido se asentaban guarniciones de apoyo a la defensa.
Además, el sistema defensivo integraba a los pueblos que se encontraran en una franja de 12 leguas (unos 70 km) desde la costa. Por ejemplo, en 1621, al Partido de Almuñécar apoyaban con sus milicias las poblaciones de Santa Fe, Saleres, Albuñuelas, Cónchar, Melegís, Padul, Gabia la Grande, Gabia la Chica, Alhendín y Otura (Contreras, 1994).
Por descontado, había torres de señales también hacia el interior del territorio, para hacer
llegar la alerta hasta la Capitanía General si fuese necesario. 15
¡A rebato!
Cuando los guardas se apercibían de un ataque, procedían a hacer la ahumada encendiendo el “hacho” (manojo de paja o esparto untado con resina) si era de día o a encender una hoguera que fuera bien visible si era de noche. Es decir, se procedía a hacer “almenara”
Esta señal se transmitía por las torres cercanas y sucesivamente hasta alertar a las guarniciones de las fortalezas de las cabezas de partido y a aquellas poblaciones designadas como apoyo.
A la vez, los atajadores galopaban con información más concreta sobre el ataque: lugar, entidad del enemigo, etc.
De acuerdo con esta información actuaban las tropas alertadas necesarias que acudían al lugar del desembarco.
Para hacernos una idea del tiempo empleado en estas alertas, transcribo un fragmento de los Anales de Granada de Henríquez de Jorquera:
...a las once de la noche se hicieron almenara en las torres del Alhambra, tocándose a rebato que se descubrió de la atalayas de la costa y a esa hora se pusieron en arma las compañías de la milicia y a las ocho del día llegó correo de la villa de Motril, con que abisó al cavildo y correjidor que se abían visto algunas velas a la bista y no sabían si eran de enemigos, de lo qual abisaria un segundo correo... (Henríquez, 198)
Vale, pero ¿quién paga todo esto?
No cabe duda de que todo este sistema defensivo ocasionaba unos gastos apreciables en soldadas, provisiones, mantenimiento y reparación de las construcciones... y para abordarlos se instituyeron una serie de impuestos que fueron transformándose con el transcurso del tiempo.
Inicialmente se recurrió al denominado Farda de la mar, con el que se gravaba a la población morisca del reino. Se trataba de que pagaran los “culpables” de tener que organizar la defensa.
Como este impuesto no cubría todas las necesidades, también los concejos debían contribuir y la corona aportaba una parte.
Se completaba con lo obtenido por el sistema de tenencias. La corona cedía fortalezas a los nobles conservando su propiedad, y estos nobles se comprometían al mantenimiento de la guarnición y a la conservación de las edificaciones.
Tras la expulsión de los moriscos, lo que acabó con la farda, se creó la Renta de población. En este caso el dinero se obtenía de los bienes confiscados a los moriscos expulsados. El receptor de los bienes debía pagar anualmente una parte de la renta.
También se dio paso a la iniciativa privada. Aquellos terratenientes con intereses económicos en las proximidades de la costa corrían con los gastos de la defensa de sus propiedades.
Y ya en el siglo XVIII se hizo habitual la venta de grados militares, algo que hoy nos resultaría extraño y de dudosa legalidad. Por este sistema el rey otorgaba el correspondiente grado militar de oficial a quien estuviera dispuesto a correr con los gastos de un sector de la defensa. El fuerte gasto inicial que hacían estas personas se compensaba con el sueldo mensual correspondiente al grado militar otorgado y con el prestigio asociado a su condición de oficial de los ejércitos, asimilado a hidalguía. (Andújar, 2002).
Consideraciones generales
Puede afirmarse que, en su conjunto, el sistema defensivo funcionó de manera aceptable y efectiva. Tan es así que los elementos básicos y la estructura pervivieron durante más de trescientos años, desde la toma de Granada hasta la Guerra de la Independencia, cuando las tropas francesas procedieron a su desmantelamiento.
No obstante, se enfrentó a los problemas derivados de toda obra mediatizada por la condición humana.
La principal dificultad fue la reiterada falta de recursos económicos, lo que provocó retrasos en las pagas, que derivaron en el absentismo de los guardas obligados a buscarse el sustento en el cultivo de productos hortícolas o en la cría de animales de granja. Asimismo el mantenimiento de los edificios se vio afectado por esta escasez de dinero.
La corrupción y malversación también tuvieron cabida entre los responsables de los suministros, que se quedaban para sí o comerciaban con los productos destinados a la defensa.
Y no menos relevante fue la merma del contingente del sistema defensivo cuando parte de él se empleaba en campañas militares fuera del reino granadino.
Como colofón, finalizamos con la autorizada opinión del profesor Jiménez Estrella, que nos sirve para poner el punto final a este artículo:
Es preciso situar en sus justos términos los defectos y faltas de un sistema defensivo que, sin negar su existencia, constituían un elemento intrínseco a la organización militar hispánica del Antiguo Régimen, habituales en cualquier otro territorio de la Monarquía. No en vano, es muy probable que el sistema defensivo del reino granadino fuese el mejor estructurado, organizado y financiado de todos los que se establecieron en la Península a lo largo del siglo XVI. Incluso un ejemplo a seguir en otros lugares donde la articulación de la defensa fue más problemática o tardía. (Jiménez, 2006).
Referencias y bibliografía
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Cabrillana Ciézar, Nicolás (1989). La defensa costera del Reino de Granada: la iniciativa privada. Chronica Nova (17), pp. 25-32.
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Castillo Fernández, Javier (1992). Administración y recaudación de los impuestos para la defensa del Reino de Granada: La Farda de la Mar y el Servicio Ordinario (1501-1516). Áreas, Revista Internacional de Ciencias Sociales (14), pp. 67-90.
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Gámir Sandoval, Alfonso (1988). Organización de la defensa de la costa del Reino de Granada desde su conquista hasta finales del siglo XVI. Granada, España. Universidad de Granada.
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Henríquez de Jorquera, Francisco (1987). Anales de Granada. Granada, España. Universidad de Granada.
Jiménez Estrella, Antonio (2006). Ejército permanente y política defensiva en el Reino de Granada durante el siglo XVI. En García Hernán, Enrique; Maffi, Davide (eds.), Guerra y Sociedad en la Monarquía Hispánica. Política, Estrategia y Cultura en la Europa Moderna (1500-1700). Ed. Laberinto, Fundación MAPFRE y CSIC, Madrid, 2006, tomo I, pp. 579-610.
Martín García, Mariano (2012). Iglesias fortificadas de la costa granadina. Actas del IV Congreso de Castellología. 713-734.
Posadas López, Eduardo J. (1996). La frontera marítima de Granada. Ibiza, España. Imprenta Ibosim, s.l.
BERNARDO RAMOS OLIVER
Coronel de Infantería. Licenciado en Historia
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